
Cuando el 70% de los cristianos no abre su Biblia a diario
Hoy tenemos la Palabra de Dios al alcance de un clic como nunca antes en la historia. Sin embargo, paradójicamente, cada vez pasamos menos tiempo en ella. Actualizamos pantallas sin descanso, consumimos noticias y redes sociales, pero dejamos en silencio el libro que contiene palabras de vida.
El resultado de esa inacción es visible y medible.
Según un estudio de Lifeway Research, apenas un 32% de los protestantes practicantes en Estados Unidos (los que asisten a la iglesia al menos dos veces al mes) leen la Biblia cada día. Más preocupante aún: un 12% reconoce que casi nunca o nunca abre las Escrituras.
¿Casi nunca?
La frase de una canción de Josiah Queen refleja bien esta realidad: “Con polvo en nuestras Biblias, iPhones nuevos, no es de extrañar que nos sintamos así”.
Y no se trata solo de estadísticas superficiales. Investigaciones del Centro para la Participación Bíblica muestran que leer la Biblia una o dos veces por semana apenas genera cambios. Tres veces por semana empieza a mover la aguja. Pero cuando la lectura se vuelve un hábito de cuatro o más veces por semana, los efectos son sorprendentes:
- La soledad baja un 30%.
- La ira disminuye un 32%.
- La amargura cae un 40%.
- El alcoholismo se reduce un 57%.
- El consumo de pornografía se desploma un 59%.
- Mientras tanto, la disposición a compartir la fe crece un 228% y el discipulado un 230%.
En otras palabras, el poder no está en tener una Biblia en casa, sino en abrirla con regularidad.
Ejemplos de transformación real
La organización Prison Fellowship International ha comprobado que la reincidencia en cárceles llega al 87% cuando no hay interacción con la Biblia. Pero cuando la lectura diaria de la Palabra se convierte en parte de la vida de los presos, esa cifra se reduce a un solo dígito. Ministerios como Hombres de Valor confirman los mismos resultados: la transformación no viene de programas sofisticados, sino de la Palabra de Dios aplicada al corazón.
Yo mismo lo he visto en la distribución de Biblias en Europa del Este. Allí, cuando alguien recibe una Biblia —muchas veces la primera en su vida— no la guarda como un adorno: la devora. No la leen cuatro veces por semana, sino los siete días. Y el impacto es innegable: comunidades enteras se transforman, familias se reconcilian, personas descubren propósito, y la Iglesia crece con fuerza.
Un llamado a nosotros
Es una lección de humildad. Si quienes han vivido décadas sin acceso fácil a las Escrituras valoran cada página con tanta pasión, ¿qué excusa tenemos nosotros, rodeados de acceso digital y físico todos los días?
¿Por qué casi 7 de cada 10 creyentes no abren su Biblia a diario? Quizás porque hemos creado una cultura de distracción, inmediatez y espiritualidad superficial. Nos acostumbramos a la Palabra, la damos por sentada y la sustituimos con lecturas y pantallas que solo aumentan ansiedad y vacío.
Las consecuencias son evidentes: iglesias debilitadas, cristianos agotados y una sociedad sin rumbo que busca paz donde no la encontrará.
En cambio, las congregaciones que florecen hoy no son necesariamente las de la música más moderna ni las del marketing más atractivo. Son las que abren la Escritura y la enseñan fielmente, verso por verso, libro tras libro. En los lugares donde el Espíritu se mueve con poder, los creyentes no leen la Biblia de manera ocasional: viven en ella cada día, y el fruto es claro: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.
La solución es clara
La crisis es evidente, pero la solución no es complicada. No necesitamos más programas o estrategias. Lo que necesitamos es volver a lo básico: arrepentimiento, humildad y disciplina. La decisión de abrir la Biblia cada día.
Porque la Palabra nunca nos fallará, siempre dará fruto, y es la única capaz de transformar nuestras vidas y nuestro mundo.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17, NVI).